Celebramos 40 años de experiencias y aprendizajes de nuestro gerente
Queridos compañeros.
Francamente cuarenta años de trabajo no me parecen tantos, ni se me han hecho pesados y mucho menos aburridos. La verdad, no he tenido tiempo para aburrirme. En cambio, me parecen pocos los que están por venir, nada me gustaría más que una utopía en la que pudiera disfrutar plenamente de otros cuarenta. Por supuesto que eso es imposible, pero me gusta pensarlo.
He sido un tipo afortunado, lo digo, porque tengo decenas de razones que por cuenta del azar han sido determinantes en mi vida. Una de ellas, para no nombrar tantas otras importantes, es Palmas del Cesar, con todo lo que ello significa, principalmente, por la gente con la que, por suerte, me ha tocado trabajar, gente que me ha rodeado, me ha apoyado, me ha tolerado, ha sorteado conmigo los momentos difíciles, me ha enseñado mucho y ha contribuido con decisión a los logros colectivos en los que he podido estar al frente del timón.
Como ustedes bien lo saben, soy “palcesarense” hasta los tuétanos. En esta empresa, literalmente, nací, crecí y me desarrollé profesionalmente. Esta ha sido mi otra casa paterna y mi escuela, la plataforma sólida y segura sobre la que he construido los otros bastiones de mi vida: mi familia, mis amigos, mi reputación y mi formación humanista. La vida se construye a base de experiencias. Desde el momento en que nacemos, todo es nuevo y sorprendente. Todas las vivencias generan emociones. Por eso es tan importante buscar también el sentido de la vida echando una mirada por el retrovisor para examinar todo lo que se ha vivido, porque vivir sin darse cuenta de lo que uno vive, no es vivir, es pasar el tiempo.
Sin experiencias no hay vida plena. En medio de la inevitable adversidad también es inevitable la alegría; de hecho, aunque no lo notemos, son más los momentos felices y las satisfacciones que los pasajes tristes y sombríos de nuestra vida. Las cosas buenas pasan lentamente, por eso son casi imperceptibles, mientras que las cosas malas nos caen de repente, como un latigazo que hiere al instante. Sin embargo, por todas esas cosas, las buenas y las malas, debemos estar agradecidos, no sólo por el hecho de poderlas vivir como se debe, sino por poder aprender de ellas.
A pesar del valor de la experiencia propia, no debemos soslayar las experiencias ajenas, porque también son muy importantes. Por ejemplo: me considero fuerte gracias a muchos factores, sin embargo, hay uno de particular relevancia… las personas fuertes que he conocido quienes con su ejemplo me han enseñado a ser fuerte. De sus experiencias he aprendido mucho, han inspirado mi valentía y mi arrojo. Diría que, gracias a ellas, soy un hombre de acción, un tomador de decisiones.
Las experiencias construyen nuestra inteligencia emocional, nos proveen valores cardinales, pensamiento crítico, ponderación, autocontrol, sindéresis, madurez psicológica y sabiduría. Nos enseñan sobre humildad, nos enseñan a dar amor, a servir, a cooperar, a perder y a ganar. Ahí está la verdadera riqueza de la vida, lo demás es agua entre los dedos.
Por último, permítanme decirles que aprender es uno de los verbos rectores de una vida productiva. Todo el que deja de aprender se hace viejo, tenga 20 u 80. Por el contrario, aquel que no para de aprender permanece joven, vibrante y a la vanguardia. Debemos aprender, no simplemente para conocer, sino para hacer que pasen cosas, aprender no se reduce a prepararse para la vida, es la vida misma. Queridos amigos. Gracias por todo lo que generosamente me han dado. El viaje continúa. Afortunadamente para mí, todavía no hemos llegado a la estación donde debo bajarme.
LA GERENCIA.